Aunque todo es poco, el Estado auxilió a los más vulnerables.
Y los sectores más altos tienen respaldo para aguantar.
Pero el resto está muy complicado, y más quienes, sin ingresos fijos, dependen del trabajo diario.
Al medio del sándwich. Con poco auxilio expreso del Estado, sin demasiadas reservas de ahorro y liquidada por la imposibilidad de trabajar, la clase media argentina aparece hoy como el segmento más golpeado a la altura del día 136 de la cuarentena.
Dos aclaraciones: todos, absolutamente todos, somos más pobres hoy y lo seremos aún más cuando todo esto pase. Segunda aclaración: dentro de ese gran colectivo que llamamos clases medias, hay diferentes realidades y la vulnerabilidad frente a esta crisis dependerá de algunos factores.
Las clases medias trabajadoras, las que comen en la medida en que pueden salir a trabajar, son las más golpeadas. Acá se cuentan los pequeños negocios, los independientes no profesionales como los oficios, taxistas, el servicio doméstico y todo el colectivo de informales, para quienes la prohibición de despido o la doble indemnización aparecen sólo en los títulos de los diarios.
Los que pueden trabajar no están a pleno y están desahuciados los que no pueden volver a trabajar, especialmente los vinculados al turismo y al esparcimiento.
En tanto, los hogares con salarios o haberes ligados al Estado vienen salvando la ropa. “Al empleado público o al jubilado no se les caen los ingresos porque el Estado mantiene todo, de hecho ahí está el 65% de su gasto”, dice Jorge Colina, del centro de investigaciones Idesa. “El empleado público ha mantenido un privilegio extraordinario en un contexto de empobrecimiento, dado que logró tener el mismo nivel de ingresos que antes de la cuarentena”, sostiene Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina. “Pero el sector privado ha tenido grandes reducciones”, apunta.
Un dato duro lo dio el viernes el Indec: por primera vez desde 2001, el salario formal privado anuda dos meses de caída en términos reales. En mayo, último dato del Indec, cayó 1,4% en relación con 2019 y se ubica en los mismos niveles que en 2005, 15 años atrás.
En tanto, el salario de los estatales aumentó 0,5% en mayo. Si en plata se gana menos que hace un año y la inflación acumulada es del 43%, los sectores medios se han empobrecido 50% en esta cuarentena.
En el medio están los trabajadores registrados: buena parte ha soportado recortes promedio del 25% y nadie ha visto un peso de aumento en el semestre, pero, en su gran mayoría, todavía tienen el trabajo. Un tercio de la fuerza laboral recibió el salario complementario de Anses. También tiene que ver la calificación del trabajador: quien pudo hacer home office logró acomodarse mejor. Los independientes profesionales, afectados por la cuarentena, sufren también la baja de ingresos, pero la mayoría tenía ahorros de respaldo para aguantar.
“Sí se ve con claridad que el Estado auxilió a las empresas con el pago del ATP y a los informales que se quedaron sin ingresos con el IFE, pero los empleadores de casas particulares no percibieron ninguna ayuda. Uno podría pensar que son los principales empleadores en términos de porcentaje poblacional”, dice Cristina Daniela, integrante del Instituto de Economía y Finanzas de la UNC.
“Los segmentos bajos lograron estar mejor ahora que en febrero incluso, porque están el IFE, dos o tres AUH, bonos y la Tarjeta Alimentar, con lo que se logra un piso de seguridad social muy importante”, evalúa Salvia. “Pero el que no dependía de los programas sociales, esa franja que está entre los 30 mil y los 50 mil pesos, es la más golpeada”, agrega. Incluso, pasa a demandar asistencia social que, a esos niveles, el Estado no lleva.
“Pensemos que 8,9 millones de personas accedieron al IFE, pero lo habían solicitado 13,6 millones”, señala Santiago Poy, sociólogo y especialista en temas laborales. La cuenta es simple: hay, mínimo, 4,7 millones de personas que necesitaban la ayuda del Estado y no la tienen.
¿Cómo sobreviven? Los que tenían, comiéndose los ahorros. Descapitalizándose con la venta de algunos bienes, tomando plata prestada -familias, circuito informal y algo de los créditos a tasa cero de 150 mil pesos que ofreció el Gobierno a los monotributistas- y, fundamentalmente, dejando de pagar algunas cosas.
Crecen las deudas
Hay algunos indicadores que revelan cómo los sectores medios se deslizan por el tobogán. Uno claro es el atraso en el pago de la boleta de luz. En Poeta Lugones, un barrio típico de clase media, la morosidad creció 2.300%. En Maipú 2ª Sección, 1.642%. En barrios como General Paz, Crisol Norte y Sur y Maipú 1ª Sección, ronda el 1.300%. En Alta Córdoba, 830%. Son segmentos que no califican para la tarifa social y que están tan jugados con sus ingresos que deben, como mínimo, dos boletas. Según datos de Epec, hay familias que deben hasta cuatro períodos: toda la cuarentena.
Hay otros más, como las deudas con los colegios privados. El 30% de la matrícula escolar concurre a escuelas privadas y la mora promedia el 60%, con casos de hasta el 80%. Hay pedidos incluso de pase al sector público, engorroso de tramitar porque todo está cerrado. La consultora Cerx calculó que las familias, a junio, adeudaban en promedio casi 160 mil pesos cada una: no tanto se atrasan con los créditos bancarios o las tarjetas, sino con los impuestos y con los servicios.
Aunque aumentan los que no llegan a pagar el total de la tarjeta, es un instrumento que se cuida al extremo: es el auxilio para navegar los últimos días del mes en el súper. Un dato: ahora en agosto vence la primera de las nueve cuotas en las que se cuotificaron las deudas de las tarjetas en abril, cuando pensábamos que el fin de la cuarentena estaba a la vuelta de la esquina.
El consumo que no tenemos
La reconfiguración del consumo que signó esta pandemia también traerá sus bemoles a futuro. Las familias concentraron sus gastos en alimentos, en medicamentos y, si había resto, en alguna que otra mejora en la vivienda, sea con bienes durables o pequeños arreglos hechos por uno mismo. Desaparecieron el gasto en esparcimiento, algunas de las cuotas extraescolares, salidas, y hasta hay poco en nafta. “Creo que la cuarentena es una distorsión de la realidad, la gente se va a encontrar con la magnitud de la crisis cuando salgamos, porque, cuando se abra, estos gastos van a volver, incluso los que pateaste”, Guillermo Olivetto, especialista en temas de consumo.
¿Será entonces cuando nos demos cuenta de lo pobres que estamos? “Todo ha caído escalones hacia abajo, la clase media perdió fuerzas y si dicen que 50 mil pesos es el ingreso mínimo para no ser pobre, estamos con el 50% de nuestra gente en la pobreza”, admite Marcelo Uribarren, titular de la Unión Industrial de Córdoba. Es casi la maldición de la Argentina: aun teniendo trabajo, aun dedicándole ocho horas diarias al laburo, se puede ser pobre.
A esa cuenta letal hay que agregarle la pérdida de empleos. A abril, según datos oficiales, había 360 mil puestos registrados menos. Falta computar mayo, junio y julio. El tendal.
A mayo, la actividad económica acumula un retroceso del 13,2%, según datos del Indec. Para el año, suponiendo que esto repuntara pronto, se calcula que la pérdida mínima será de 13%. Algunos pronostican más. “Se está subestimando el impacto porque la cuarentena lo tapa, no tenemos dimensión de lo que implica que caiga el 12%”, señala Olivetto.
Estamos estancados desde hace más de 10 años y recuperarnos llevará, con suerte, dos. Una generación completa, en términos económicos, parada en el mismo lugar.
Y ahí viene el otro condimento que aflige a los sectores medios: la desesperanza, la convicción de que esto no tiene arreglo, la decepción en proyectos políticos que no funcionaron, la certeza de que los hijos no podrán estar mejor que sus padres, al menos acá. A no ser que haya consensos masivos para pensar cómo salir adelante. Una hoja de ruta. Ya.
Gabriel: Estoy activo y no me dejé caer
A sus 56 años, Gabriel la cuenta contento: se pudo reinventar, aunque jamás pensó que hoy iba a estar donde está. Hasta el año pasado y por los últimos 15 años, se dedicó a instalar enlaces y centrales de teléfonos para las principales operadoras del país. Le fue bien, viajaron, se armó su casa.
Vive con Sandra, su esposa, y Paula, su hija de 12. Pero, por la inestabilidad del dólar, la institucionalidad del país y las tarifas congeladas, las telefónicas pusieron en stand by los planes de inversión. Está convencido de que podría haber trabajo recién en un año. “Para entonces habrá muchos más chicos en esto, sin experiencia quizá, pero más baratos”, dice. “Yo vi venir el tren y me corrí”, concluye.
“Me quedé sin ingresos y me tuve que refuncionalizar en otra cosa. Soy resiliente porque me acomodé a una nueva realidad: ahora vendo nueces y frutos secos”, cuenta. “No es para lo que me capacité, pero estoy activo y no me dejé caer”, dice con énfasis. Acaba de obtener la representación exclusiva de El Palo Labrado, una delicia para los cordobeses: nueces confitadas de La Rioja.
Ha visto batallar a su señora, docente de Lengua en un Ipem de Malvinas Argentinas, con las carencias propias de sus alumnos, que le mandan un trabajo cada tanto, cuando enganchan wifi prestada o pueden cargar datos. Además acompaña a Paula, que hace el primer año en escuela nueva con compañeros desconocidos.
De todos modos, se siente afortunado. “Pude tener un respaldo que hice cuando tenía actividad, tengo casa propia, mi señora tiene un ingreso y no tengo ninguna deuda porque no dejé de pagar nada. Yo digo que si el sueldo de ella se paga gracias a que la gente paga los impuestos, yo tengo que pagar mis impuestos”, razona.
Eso sí, del plazo fijo que tenía en enero, hoy le queda la mitad. “Se me van achicando los ahorros para tener todo al día”, reconoce.
Otros tiempos. Ramiro, antes de la pandemia. Ahora tiene un centro de copiado de planos, pero casi no hay trabajo. El Estado le lleva la mitad.
“En tres meses me comí los ahorros”
Ramiro (45) tiene un centro de copiado para planos sobre Cañada, casi Colón, de la ciudad de Córdoba.
Estuvo paradísimo hasta hace algunas semanas, cuando se habilitó la construcción privada. Todavía está complicado, ya que no hay actividad en Catastro, en Vialidad, en Obras Públicas, en Registro de la Propiedad o en la Municipalidad, que demandan copias de planos o escaneos, un servicio al que migró cuando las oficinas públicas se subieron a la digitalización.
“Está parado y hemos quedado pocos en mi rubro, soy chiquito y se han ido varios y vos decís mier… estamos ahí”, admite. “Cada máquina vale un auto”, compara, y asegura que no se puede dar el lujo de tener un empleado. “El Estado se lleva la mitad”, dice.
Por eso, cuando hay trabajo, le toca a él quemarse las pestañas.
El mostrador de Rplot es casi un termómetro de lo que pasa en la construcción. “Tengo cuentas con algunos que se mueven, pero los unipersonales están boqueando, un loco que hizo cinco edificios en General Paz ahora andaba con una patrulla de cinco chicos haciendo arreglos. Como esos, conté como 12”, dice.
“A un cliente que le hago carteles le devolvieron 12 locales, y todo así”, dice.
Para él, la baja de trabajo empezó en 2012 y fue tremenda en 2018. “Se empezaron a disolver las empresas, me contaban que les convenía más un plazo fijo que poner la guita en un edificio con 80 empleados”, cuenta.
Ahora pidió el crédito de 150 mil pesos. La idea es ponerse al día con Afip y con la luz. Tiene la cuota alimentaria de tres hijos y de la familia actual, con Celeste, Tomás y Jerónimo.
“En dos o tres meses me comí los ahorros. Recién ahora, cuando pasamos de fase, me favoreció un poco. Veremos si me puedo equilibrar”, dice.
La de Ramiro es una de los miles de historias similares con gente que no puede detener su caída, y que no tienen ayuda de nadie.
Viviana gana 20 mil pesos. La prioridad es su hija.
Viviana: Aliento a mi única hija a que se vaya
“Yo aliento a mi única hija a que se vaya, este país no tiene futuro. Aunque duela y el alma se me estruje, quiero que Mili tenga mejores oportunidades”.
Así, con dureza extrema y voz entrecortada, resume Viviana (48) su larga lista de pesares.
Es mamá soltera de Milagros, la luz de sus ojos. Ella cursa sexto año de orientación en turismo, con la intención de estudiar Turismo y Hotelería.
Es empleada doméstica, al cuidado de dos niños, y estuvo 80 días sin trabajar. “Tengo unos jefes que son dos ángeles porque me pagaron sueldo, aguinaldo y, cuando necesito, ellos están”, dice. La alentaron a salir de una relación violenta y complicada: pudo mudarse de barrio y hoy la pelean juntas. “Hice de directora de teatro, modelo para educación física y me recibí de filósofa”, cuenta, en relación con las tareas. “Me gusta leer, la literatura es mi carrera frustrada y me pongo, pero en matemática ya no puedo”, cuenta.
Está orgullosa porque Mili tiene todas las tareas al día.
Gana 20 mil pesos al mes y destina 6.500 al alquiler en barrio General Bustos, más los servicios. “Y tengo que tener internet, si las clases son así”, se justifica. Los fines de semana hace changas, lava ropa para gente que está sola, limpia alguna casa. Los gastos, por supuesto, están superlimitados.
Aunque cuando hubo paro de colectivos sus jefes no querían que fuera, ella sabe que la necesitan para el cuidado de los chicos, porque ambos teletrabajan. “Estuve 80 días en mi casa y quiero cumplir”, dice.
Llegó a caminar hasta el trabajo dos horas de ida y dos de vuelta. Después de esperar hora y media el 41, decidió tomarse otra línea que la acerca bastante. “Salí a las 6, y a las 6.50 estaba en el trabajo, pero me comí toda la inseguridad de la avenida Cruz Roja caminando hasta llegar”, dice.